11 de noviembre de 2013

RELACIÓN DEL HOMBRE CON LOS DEMÁS


La sociabilidad humana es un hecho de experiencia común. Lo social aparece 
como una característica de la vida humana que implica pluralidad, unión y convivencia. 
El hombre histórico se concreta en comunidades y asociaciones. La familia, la nación y 
el Estado constituyen algunas de esas entidades sociales. La evidencia del hecho de que 
el hombre vive y convive en sociedad se impone por sí misma. Ahora bien, ¿cuál es la 
causa eficiente o que está en el origen de esa sociabilidad humana? Básicamente nos 
encontramos con tres tipos de respuesta: la teoría contractualista, la conocida como 
teoría naturalista y la teoría de la naturaleza social del hombre (o teoría del derecho 
natural). 
 La teoría del pacto o contrato social afirma que la sociedad humana tiene su 
origen y fundamento en un pacto o libre acuerdo entre los individuos. Esta teoría, que 
está en la base del liberalismo clásico, ha sido defendida por autores como Hobbes, 
Locke y Rousseau. Así, Hobbes considera que la naturaleza humana es esencialmente 
egoísta y antisocial. En esa situación de inseguridad y temor en la que el hombre es un 
lobo para el hombre, los hombres renuncian al interés personal y a su derecho absoluto 
sobre los bienes materiales mediante un pacto en el que se constituye el Leviathan: un 
poder fuerte, absoluto, pero más amable que el poder del hombre, capaz de formar las 
voluntades, y que surge del pacto de cada uno con todos los demás. Por su parte, 
Rousseau supone que el estado primitivo del hombre era asocial y que, en aras de un 
mayor perfeccionamiento, la sociedad se constituye gracias a un contrato social por el 
que los individuos ceden sus derechos en favor de la comunidad y del poder civil que 
representará la voluntad general. 
 En lo que se refiere a la teoría naturalista, que tiene en Hegel a uno de sus 
máximos exponentes, considera la sociedad como un todo orgánico que se constituye 
como la última fase conocida de un proceso evolutivo de la realidad (materia o espíritu), 
que se rige por las rígidas e inflexibles leyes del determinismo universal. Esta tesis está 
en el substrato de los planteamientos políticos totalitarios. 
 Por último, la tercera respuesta -sostenida por Aristóteles y Tomás de Aquino, 
entre otros- afirma que el hombre es social por naturaleza; es decir, que el origen, causa 
eficiente o fundamento de la sociedad radica en la propia naturaleza humana que tiene 
en la sociabilidad una de sus características esenciales. Existe, pues, una inclinación 
natural del hombre a vivir en sociedad. 
 Ya a los griegos les resultaba imposible concebir al hombre en estado de 
aislamiento. Aristóteles señaló que el hombre es por naturaleza politikón zôion, animal 
social y político. El ser humano nace ubicado en una familia y en una sociedad civil 
determinada por necesidad natural. Los hombres necesitan de los demás para alcanzar 
sus propias perfecciones individuales. Esta perfección, desde el punto de vista finalista, 
no puede lograrse en la soledad, puesto que el hombre aislado no puede bastarse a sí 
mismo. La comunidad es el espacio donde puede sobrevivir el hombre en cuanto 
hombre. De ahí que el Estagirita insista en la idea de que un hombre que fuera incapaz 
de formar parte de una comunidad política sería o un animal inferior o bien un dios. 

Tomás de Aquino apunta tres razones por las cuales se constata que el hombre 
tiende naturalmente a vivir en sociedad: el hombre no se basta a sí mismo para atender a 
las necesidades de la vida; precisa de la ayuda de los otros para conocer lo que necesita 
para su subsistencia y procurárselo; es esencialmente comunicativo, como lo demuestra 
el hecho del lenguaje. 
 La natural dependencia recíproca de los hombres en la consecución de sus 
finalidades específicas, así como la existencia en todos los individuos de una fuerte 
tendencia a la unión con sus semejantes, prueban el carácter social de la naturaleza 
humana. De hecho, los hombres ya nacen en el seno de la sociedad; al principio de su 
vida la necesitan ineludiblemente, y cuando llegan a la edad adulta no se pueden separar 
de ella totalmente, sino con grave perjuicio para su bienestar físico y espiritual. La 
constitución corporal y anímica del hombre condiciona su propia supervivencia a la 
ayuda de los demás durante un tiempo incomparablemente más largo que en los demás 
animales. Incluso el despertar y el desarrollo de sus facultades espirituales dependen 
estrechamente de la ayuda y enseñanza de sus congéneres. En este sentido, la madurez 
psicológica del entendimiento y de la voluntad está condicionada por la ayuda de los 
demás, por lo que sería muy difícil distinguir de un irracional al individuo humano que 
hubiese crecido en soledad. Gracias al lenguaje podemos heredar los conocimientos, 
técnicas y valores que la humanidad ha ido perfeccionando durante siglos y que ningún 
individuo podría alcanzar partiendo en solitario de cero. Pero este instrumento natural 
que es el lenguaje únicamente se actualiza como tal, como lenguaje humano, en el 
marco de la sociedad. Por consiguiente, más allá de la propia supervivencia, la 
existencia digna, la existencia humana en cuanto tal, implica la satisfacción de una serie 
de necesidades materiales y espirituales (morales y culturales) que exigen naturalmente 
la sociabilidad. 
 El origen de la sociedad es, pues, natural. Además, el hombre no sólo necesita 
recibir de los demás, sino también dar, comunicar, compartir. La propia condición del 
ser humano hace de él un ser naturalmente social y nacido para la convivencia. La persona 
es un ser que siente la necesidad de relacionarse con los otros hombres, de mantener con 
ellos relaciones interpersonales. De este modo, la sociedad es una exigencia de la persona 
no sólo en razón de sus necesidades materiales y espirituales, que no podría satisfacer en 
soledad, sino, más profundamente, en razón de su propia perfección y plenitud, que se 
comunica y expande en la mutua comprensión y amistad. El ser humano no está hecho 
para la soledad, ni tampoco para únicamente coexistir con los demás o ser-con-otro. Si la 
situación humana es la de ser-con-otro, entonces la persona únicamente "coexiste" con sus 
prójimos, que siente muy lejanos, como mera "contigüidad física". La sociabilidad humana 
implica la convivencia, el ser-para-otro.



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