23 de septiembre de 2013

LOS FANTASMAS DE POMPEYA

En el año 79 d.C. Pompeya era una ciudad que en la actualidad consideraríamos pequeña (ocupaba unas 80 hectáreas), pero bastante importante en opinión de sus habitantes y de otros romanos.


 Su historia se remonta a la época etrusca, y sus ciudadanos —unos 20.000— descendían de los pueblos prerromanos y de los colonos romanos que se establecieron en la zona cuando Roma extendió su dominación sobre la Campania, región fértil y rica. (imagen de un esqueleto de aquella época sepultado bajo las cenizas durante 1900 años)


Se alzaba a orillas del río Sarno, que en la actualidad carece de importancia pero que entonces permitía que Pompeya fuera el puerto en el que atracaban los buques mercantes que recogían los productos agrícolas y las manufacturas de la ciudad. Pompeya constituía uno de los centros a través de cuyos mercados y muelles la Campania mantenía contactos con el mundo exterior.

Las casas, en su tipo más sencillo, tenía una sola puerta a la calle, y estaba cerrada todo alrededor por altas paredes, privadas de ventanas y provistas sólo de altos y estrechos respiraderos hacia el exterior, que servían para la ventilación. Parecía, pues, una pequeña fortaleza. Desde la entrada , tras haber recorrido un estrecho corredor, se llegaba al patio central o atrio; alrededor de éste se abrían las habitaciones de alojamiento, los "cubicula", y frente a la puerta estaba el "tablinum", lugar de reunión de toda la familia.

 
Este tipo sencillo y austero de casa pompeyana, usado en los siglos IV y III a. C., se transformó, gracias a la influencia griega, en una casa más suntuosa, en una especie de verdadero y auténtico 'palacio. Pero, junto a la lujosa casa del rico patricio o del mercader enriquecido, estaba siempre la modesta habitación del pequeño artesano o del comerciante.

Estas habitaciones estaban reservadas para una sola familia, porque en Pompeya todavía no había hecho su aparición la gran casa de alquiler, característica de la Ostia antigua y muy corriente en la Roma imperial.
Junto a las casas había tiendas, pequeños albergues, garitos, establos, hornos y hosterías; todos estos edificios contribuyen a revelarnos el aspecto de la vida en aquellos tiempos.
Han contribuido a la reconstrucción del ambiente las pocas inscripciones de carácter público y monumental grabadas en mármol y las inscripciones ornamentales pintadas o esgrafiadas sobre los muros. Este era un rasgo verdaderamente característico de la vida ciudadana; de hecho, los acontecimientos grandes o pequeños (las elecciones para los cargos municipales, los espectáculos del anfiteatro, los alquileres de casas o terrenos, la búsqueda de un animal perdido) se anunciaban mediante carteles pecados en las paredes.
 Aparte de estas inscripciones, que podemos llamar públicas, se grababan en la pared, con la punta del estilo o de cualquier instrumento aguzado, las cuentas del hostelero, las deudas de la clientela, las fechas de los viajes del hombre de negocios, los pensamientos, las invitaciones, los recuerdos de los enamorados, los signos del abecedario de los escolares, los ultrajes, las caricaturas, las aclamaciones o los insultos de los espectadores del anfiteatro.

Caso de toreius Tiburtinus - La señorial mansión de Loreius Tiburtinus nos ofrece una imagen de cómo debía ser la vida de los ricos pompeyanos. Un gran portal se abría al atrio por el que se llegaba a un pequeño peristilo. De allí se pasaba a una larga galería con pórticos y cubierta por un emparrado. Esta galena, elevada como una terraza, se asomaba sobre el jardín que estaba abajo; a lo largo de ella corría un canal en cuyas márgenes se habían colocado unas estatuillas. Las habitaciones más lujosas daban, precisamente, a esta galería. Una fuente brotaba en medio de este oasis de paz, y el agua corría más abajo por un largo canal que atravesaba el jardín. 'En éste había extensas filas de árboles frutales: en efecto, se han encontrado huellas de raíces
En las cercanías de la ciudad, a unos 1.200 metros sobre el nivel del mar, se erguía el Vesubio, el último volcán activo del continente europeo. La pequeña población se encontraba a unos 9 kilómetros de la cima y a unos 6 de otra ciudad, Herculano, situada en la costa al oeste del volcán. El Vesubio es uno de los pocos supervivientes de una serie de antiguos volcanes de la región; también se han mantenido en actividad otros situados en las islas cercanas (como el Etna, en Sicilia).
  
La última erupción del Vesubio se produjo en 1944 y, teniendo en cuenta los testimonios históricos y la frecuencia de las erupciones, existen numerosas posibilidades de que vuelva a producirse otra dentro de poco tiempo. Pero la más famosa y catastrófica fue la que tuvo lugar el 24 de agosto del año 79 d.C.

 Conocemos bien los detalles de este acontecimiento gracias al testimonio de Plinio el Joven. La zona sufrió temblores de tierra durante varios días y se secaron los manantiales, señales inequívocas del aumento de presión en el interior del cráter. Después, probablemente un poco antes del mediodía del 24 de agosto, hubo una gran explosión.

En el monte se abrió otro cráter y un chorro de gas caliente arrojó millares de toneladas de piedras, en gran parte al rojo vivo, a miles de metros de altura, fenómeno que se prolongó cierto tiempo. Una nube en forma de paraguas (seguramente parecida a la que desencadenan las explosiones nucleares) ocultó el sol, y a continuación los detritos empezaron a caer al suelo.
A media tarde, Pompeya quedó enterrada bajo seis metros de piedra pómez y cenizas. Herculano se libró de esto, pero fue arrollada por el barro ardiente, que la sepultó a 15 metros de profundidad, endureciendo como una roca todo cuanto en ella había. El proceso fue lo suficientemente lento como para que la gente tuviera tiempo de huir: en Herculano sólo se han encontrado 20 ó 30 esqueletos. En Pompeya, las cosas sucedieron de otro modo: murieron unas 2.000 personas, algunas aplastadas por las piedras, pero sobre todo asfixiadas por los gases o sofocadas por las cenizas. También quedaron arrasadas varias ciudades y aldeas cercanas, y en un par de horas desapareció de la faz de la tierra una sociedad entera. Pompeya siguió sepultada hasta que en 1763 se descubrió su emplazamiento, tras 15 años de excavaciones.

En Pompeya, en una terraza que se encuentra entre Puerta Marina y la plaza de la Exedra, se alza un edificio moderno que ningún turista ni investigador deja de visitar. Es el Antiquarium, único edificio de esta ciudad (toda ella un gran museo) que desempeña las funciones de museo propiamente dicho. Efectivamente, en cuatro grandes salas y dos salitas se muestra allí una colección de utensilios, esculturas, fragmentos arquitectónicos y objetos sumamente raros e interesantes, que merecen ser conservados con especial cuidado por su valor de documento histórico y humano.

En Pompeya, en una terraza que se encuentra entre Puerta Marina y la plaza de la Exedra, se alza un edificio moderno que ningún turista ni investigador deja de visitar. Es el Antiquarium, único edificio de esta ciudad (toda ella un gran museo) que desempeña las funciones de museo propiamente dicho. Efectivamente, en cuatro grandes salas y dos salitas se muestra allí una colección de utensilios, esculturas, fragmentos arquitectónicos y objetos sumamente raros e interesantes, que merecen ser conservados con especial cuidado por su valor de documento histórico y humano.

Entre todos los objetos expuestos, los que más llaman la atención de los visitantes son los vaciados en yeso. Reproducen, con absoluta fidelidad de todo aquello que el yeso para reproducir la forma de los árboles, animales, cuerpos humanos, alimentos, utensilios de madera, etc., sé le ocurrió por primera vez a Giuseppe Fiorelli, el hombre que, en 1860, inició, metódica y diligentemente, las excavaciones. Se fijó en que la ceniza de la erupción volcánica que destruyó a Pompeya, ceniza que con el transcurso de los siglos se había vuelto dura y compacta como la piedra, presentaba extrañas cavidades. Fiorelli advirtió que éstas correspondían a los espacios ocupados, en el momento de la erupción, por los cuerpos de las víctimas y diversos objetos que, después, se habían ido convirtiendo en polvo.


Luego pensó que colando yeso desleído en las cavidades se podía reproducir fielmente, hasta en sus más pequeños detalles, el aspecto de los cuerpos y cosas sepultados por la erupción.

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